AVENTURAS EN LAS COCINAS

Comer una cobra estofada en el delta del Mekong, o probar un culo de perro lacado en Saigón, ver granjas de engorde de arañas del tamaño de un puño en algún pueblo de Camboya... Y todavía hay personas que dicen que lo han visto todo o que “en todas partes cuecen habas...”

Mi abuelo, un hombre sabio, me decía que existían países lejanos donde se comían a la gente; eso me libró durante muchos años de ser devorado en otras latitudes. Un día la curiosidad pudo más y decidí que arriesgarme a ser el plato principal  de alguna tribu lejana era mejor que seguir anhelando en cuando veía cualquier capítulo de “National Geographic”.

Mi trabajo, por suerte o por desgracia, supone una ventaja a la hora de viajar, los cocineros somos un gremio universal. Al identificarme como alguien del oficio me han recibido con los brazos abiertos en cualquier cocina. Dispuestos y abiertos, cuando nos encontramos, los cocineros de todo el mundo compartimos conocimientos, costumbres, ingredientes y algún que otro licorcillo. 

Así he aprendido cosas que han transformado mi manera de ver, de experimentar la cocina, existe un antes y un después desde mi primera estancia en Asia.

Me he dejado seducir por la frescura y la emoción de la cocina asiática, donde los cocineros, con muy pocos recursos, logran resultados como mínimo sorprendentes, cuando no geniales. 

Nunca dejo de aprender, y esto lo digo con todo el significado de la frase. Cuando viajo, lo hago con los ojos muy abiertos y el oído fino, y me gusta mezclarme entre la gente, presto atención a lo que dicen, paseo por las ciudades y pueblos y me fijo en lo que beben, en lo que comen y siempre que puedo o me dejan, entro en la cocina para dar las gracias cuando he disfrutado de alguna comida memorable.